Los restaurantes chinos

Hoy llego agotada de nuevo,pero os cuento un par de cosillas que he reflexionado a la largo de la jornada (porque de vez en cuando me da por reflexionar. Y porque yo lo valgo).

Pues estaba hoy comiendo con Viruete en un restaurante chino,cuando se me ha ocurrido pensar en toda mi historia con estos restaurantes exóticos.

Primero estĆ” mi mĆ”s tierna infancia. Cuando no llegaba a la mesa y me subĆ­an en un par de tomos de las pĆ”ginas amarillas. Mi madre siempre cuenta que la primera vez que fui a un restaurante chino, no paraba de preguntar a grito pelao "MamaaaaĆ”! ¿y cuĆ”ndo nos vamos a comer al chinooooooooo?" y el camarero mirĆ”ndome con una cara extraƱa...

Según me he ido haciendo mayor, ademÔs de necesitar un solo tomo de pÔginas amarillas, he madurado. He descubierto que es prÔcticamente imposible salir de un chino con hambre (vale, Torpin estaba la única vez en los días de mi vida en la que he salido de un chino con hambre), que el rebozado del cerdo agridulce y del pollo al limón es el mismo y que la salsa negra que te ponen con la agridulce no estÔ buena. Y que el pan chino sabe como buñuelillos. Luego estÔ todo el tema del código de colores, que mis colegas insisten en inculcarme, que viene a decir que según el color de la puerta del establecimiento (roja, verde o negra) así es la calidad de lo que se come dentro. Pero esto es otra leyenda urbana mÔs sin fundamento.

Lo mejor de los restaurantes chinos viene a la hora de pagar (no es que sea una superfƔn de gastarme dinero, no pensƩis que soy rica ni nada), porque siempre te dan un regalito: un peluche, un rabo de conejo, una pulsera superhortera o un puƱado de caramelos. Mola!!

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