El bus de la risa
Soy muy muy consciente de que cada vez que escribo por aquĆ alguna patchiaventura la mitad de vosotros os preguntĆ”is si no puedo hacer cosas normales mientras que la otra mitad quiere caminar por donde yo camino (la otra mitad -si es que creĆ©is en la "teorĆa de las mitades infinitas", la cual es reveladora de una serie de verdades y en la que no me puedo extender- la otra mitad querrĆa besar por donde yo camino. En fin, que ya me estoy yendo del tema), y por lo tanto nos quedarĆa un Ćŗltimo porcentaje que lo que desea es que me de una parĆ”lisis digital (de dedos, no quiero ni imaginar quĆ© estarĆ©is pensando en vuestra mentesuciez) y que deje de contar patchiaventuras.
A lo que iba. Hoy, camino de casa de la Chef Geller que me ha invitado a ver el partido aunque he llegado mega tarde (aunque lo justo para oir por la calle el spray-bocina de Hirule y para despedirme de los que han huĆdo como cobardes), he tenido una experiencia reveladora como usuaria del transporte pĆŗblico. He cogido el autobĆŗs circular (que se supone que recorre todo Madrid) y se me ha ocurrido sentarme detrĆ”s de la conductora, porque era una chica. PonĆ©os en situación. Las diez y pico de la noche. Ni Perry por Madrid, todo el mundo metido en sus casas, en sus cubĆculos para ver el partido. La autobusera (o buseta) con una pequeƱa radio-transistor (no sĆ© por quĆ© los autobuses urbanos no traen de serie un radiocasette mĆnimo) escuchando el partido. En las curvas se dedicaba a ajustar la frecuencia porque se oĆa como el culo (de hecho, ignoro quiĆ©n habrĆ” marcado los dos Ćŗltimos goles de Francia: es por pereza de no mirarlo, no os preocupĆ©is). Luego iba mega rĆ”pido con todas las viejunas saltando como pelotitas de caucho y rebotando por todo el autobĆŗs.
Cuando nos han metido el segundo gol, la buseta ha empezado a llorar, al tiempo que pitaba a todos los coches de alrededor y les gritaba improperios (prodigios de la multitarea) con lo que yo he entrado en lo que podrĆamos denominar "estado-de-temer-por-mi-integridad-fĆsica". Y luego cuando llegamos al Rastro, se pasa una parada y una mujercilla le empieza a implorar "pĆ”rese por favor, que yo vivo aquĆ, que se ha pasado de parada". Y la buseta venga a llorar.
De verdad, el transporte pĆŗblico te da unos disgustos...
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